
“Y he aquí, el Señor pasaba… y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando Elías lo oyó, cubrió su rostro con su manto…” 1 Reyes 19:11-13
En medio de esta generación saturada por imágenes, algoritmos y sonidos sin dirección, necesitamos escuchar nuevamente el silbo apacible del Señor. Nuestra alma ha sido expuesta a un ruido constante que anestesia la conciencia y reemplaza la convicción con comodidad. Hoy no enfrentamos persecución violenta, sino una persecución invisible: la indiferencia, el entretenimiento, el evangelio diluido, y la cultura de la imagen sobre la verdad. No hemos sido perseguidos por hablar la Palabra, sino tentados a callarla. Nos enfrentamos a un altar moderno: uno donde la fama, el contenido y la aprobación social han reemplazado la devoción, la verdad y el temor de Dios.
Elías, en su momento de mayor agotamiento, huyó al desierto, sintiéndose solo, confundido, temeroso. El monte Horeb fue testigo de un encuentro silencioso, sin estruendo, sin espectáculo. Y es ahí donde Yahweh, en un silbo apacible, restauró su propósito. De igual manera, hoy necesitamos ese monte simbólico donde nuestra alma deje de correr detrás del ruido y se exponga otra vez al susurro del Eterno.
El problema de nuestra época no es simplemente la inmoralidad o la corrupción de la cultura; es que hemos sustituido el altar espiritual por uno digital. No se trata solo de redes sociales o entretenimiento: se trata de una sustitución de adoración. Lo que debería elevar nuestro espíritu, ahora alimenta nuestras pasiones. Lo que antes consumíamos en oración, ahora lo consumimos en pantallas. Lo que antes compartíamos en comunión, hoy lo compartimos en publicaciones efímeras. Y sin darnos cuenta, hemos erigido ídolos modernos que exigen sacrificios silenciosos: tiempo, atención, identidad y fe.
Recordemos a Elías. Él enfrentó el espíritu de su época: manipulación espiritual, adoración de Baal, confusión moral. Pero su victoria no estuvo en los grandes milagros públicos, sino en la intimidad con Dios. Y nosotros, ¿dónde hemos estado buscando fuerza? ¿En el siguiente video? ¿En el próximo evento? ¿En una palabra que nos acaricie pero no nos confronte?
Nuestro llamado hoy es a reconstruir el altar verdadero. Como lo hizo Elías antes del fuego del cielo en el monte Carmelo (1 Reyes 18:30), necesitamos volver a levantar ese altar que ha sido derribado: altar de arrepentimiento, de verdad, de intimidad. Altar donde no buscamos brillar, sino ser transformados.
Hay una historia contemporánea de un joven misionero que dejó las redes sociales por completo durante tres años mientras servía en una zona olvidada del África occidental. No porque fuera pecado usarlas, sino porque Dios le dijo: “Quiero hablarte sin interferencias”. Durante esos años, vio milagros, fue fortalecido en la Palabra, y sobre todo, redescubrió que la presencia de Dios no necesita amplificadores, solo corazones rendidos. Hoy, ese joven lidera una comunidad donde la oración no es un acto ritual, sino un clamor constante.
Lo que Dios quiere hacer con nosotros no depende de nuestra visibilidad, sino de nuestra disponibilidad. No es el fuego del espectáculo lo que transformará nuestras ciudades, sino el fuego del altar encendido en lo secreto. El llamado es claro: levantar nuevamente una generación que no se avergüenza del Evangelio (Romanos 1:16), que no adapta la Palabra a la cultura, sino que confronta la cultura con la Palabra.
El mundo está en crisis, y no solo política o económica. Es una crisis de verdad. Se han adulterado los púlpitos, se han diluido los mensajes, se ha comercializado la fe. Pero hay un remanente que aún no ha doblado rodilla ante Baal (1 Reyes 19:18), y somos parte de ese pueblo. No estamos solos. El Shaddai aún gobierna. Adonai no ha dejado de hablar. Su silbo apacible está presente, pero ¿lo estamos escuchando?
Hoy es el día para renovar nuestra fidelidad. El Reino que viene no es de likes, ni algoritmos, ni popularidad. Es un Reino de justicia, verdad y santidad. Que nuestra esperanza no sea una emoción dominical, sino una llama constante. Que nuestras palabras reflejen el fuego del Espíritu, no el eco de la cultura. Que nuestros ojos estén puestos en Jesús, autor y consumador de nuestra fe (Hebreos 12:2).
Volvamos al altar. Apaguemos el ruido. Escuchemos de nuevo. El silbo apacible de Dios no ha desaparecido; solo necesita corazones disponibles.
Oración: Padre Eterno, en medio del caos que nos rodea, volvemos nuestros oídos y corazones a Ti. Perdónanos por haber edificado altares en lugares ajenos, por haber buscado consuelo en lo que no sacia, por haber cambiado tu presencia por entretenimiento. Espíritu Santo, despiértanos con fuego santo. Líbranos del letargo espiritual y haznos sensibles a tu voz suave. Restaura el altar en nuestros corazones y en nuestras casas. Que no vivamos para ser vistos, sino para ser obedientes. Que lo que hagamos, lo hagamos por Ti y para Ti. Avívanos conforme a tu Palabra. Que nuestra generación vuelva a Ti. Que seamos parte del remanente fiel. En el nombre de Jesús, nuestro Salvador, amén.
Bendición final: Que el Dios de paz nos santifique por completo, y que todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que nos llama, y Él lo hará.
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